miércoles, 21 de enero de 2015

Las piezas de mi puzle, las personas.


 
 
Hoy me he levantado filosófica tras tener una larga conversación, de esas que me gustan, con una buena amiga. Esas conversaciones que te hacen meditar, cambiar puntos de vista, debatir y replantearte las cosas...
 
He estado haciendo un recorrido interno acerca de las personas que he ido conociendo estos últimos años en mi vida. La verdad, nunca me había percatado de lo mucho que se parecen a mi esas personas y de lo hondo que pueden calar. Y no me refiero a parecerse a mi de una forma genérica, sino de una forma un tanto específica.
 
Haciendo un recorrido por los últimos años de mi vida y comparando las personas que hasta ahora me han marcada o mejor dicho, han dejado una marca positiva en mi vida, me he dado cuenta que cada una de ellas tiene algo que se parece a mí. No es toda la persona en su ser, sino algo que hace que tenga esa conexión conmigo. Alguna veces no sé que es. Otras, lo descubro en seguida.
Es algo, una característica, un sentimiento quizás, que me hace tener esa conexión especial con esa persona. Como cuando conoces a alguien y en varios días parece que le conozcas de toda la vida y realmente aun no has tenido tiempo de profundizar en esa persona, pero ya existe esa conexión y esto se escapa de la comprensión humana, tan cuadrados, tan humanos que no entienden de emociones, sentimientos, percepciones, amor.... pero no ese amor de pareja, amor por la persona, por la forma de ser, de sentir que tiene, por esa conexión invisible, por eso que sin saber por qué te une a esas personas, por eso por lo que os hace ser tan parecidos...
 
Y se me vienen a mi mente imágenes mientras escribo esto, difíciles de explicar, fáciles de sentir. Imágenes que provienen del dicho que existe que dice que todas las personas aparecen por algo en nuestra vida y que todas nos enseñan algo, ya sea bueno o malo, pero de todas aprendemos algo.
Somos como puzles incompletos y a lo largo de nuestra vida iremos conociendo a gente... gente que nos haga daño, gente que nos enseñe a sobrevivir y a aprender de la vida y otra gente que nos aportará cosas. Esa gente que nos dejará esa marquita porque nos habrá entregado sin saber una pieza de las que le falta a nuestro puzle. Esa gente es la importante, esa gente es la que nos enseñará valores de la vida que hasta ahora no habíamos apreciado o no habíamos visto así. Gente que incluso nos hará cambiar nuestra forma de ser sin apenas darnos cuenta.
Por supuesto que esta gente nos podrá hacer sufrir y pasarlo mal. Sentiremos la rabia al discutir, el dolor de sentirnos traicionados por esa persona, nos dolerá el estar sin hablar. Es el precio que se paga cuando se tienen emociones y se aprecia a la gente.
 
Todas las personas con las que nos cruzamos a lo largo de nuestra vida, nos enseñan y nos aportan algo. Pero las que realmente nos enseñarán eso que nos faltaba a nosotros, serán los que tengan esa pieza del puzle que a ti te falta.
Conoceremos a estas personas de las formas más inusuales, increíbles, extrañas o no permitidas posibles o quizás por casualidades. Quizás en un viaje, en otro país, en mitad de una fiesta, en el trabajo... no importa, porque aunque estéis lejos o tiempo sin hablar siempre os unirá ese hilo emocional invisible que hará que no importe el tiempo que pase o la distancia porque siempre será como si hubieses hablado ayer, como si no hubieseis discutido, como si nada hubiese cambiado, el sentimiento seguirá ahí.
 
La gente que yo he conocido me ha enseñado a expresarme sin miedo, a tener más confianza en mi, a expresar mis sentimientos, a mostrarlos, a sentir esa libertad personal, a que todo es posible y que todo se puede lograr, a sentir otro tipo de amor...
 
He encontrado muchas piezas de mi puzle pero estoy segura que aún me queda muchas más por reunir, porque la vida tiene todavía muchas más lecciones por enseñarme.
 
 

viernes, 16 de enero de 2015


 
Que la vida es solo una, que no vuelve atrás, que no para. Sigue y sigue, con sus gentes, con música, con su alegría y con sus problemas.
Siempre vivimos mirando el futuro, lo que vendrá, lo que nos espera. Luchamos por ello, nos esforzamos y hacemos todo lo posible por conseguirlo; pasamos noches en vela, temporadas desaparecidos para el resto del mundo, pasamos épocas de bajón... todo pensando en el futuro..
 
Otros muchos se aferran al pasado, a lo que han vivido, a lo que conocen, ya sea bueno o malo. Siguen por comodidad, por tranquilidad o por estabilidad, llamadlo como queráis.
 
Pero ¿y qué pasa con el ahora?. Nos centramos tanto en el pasado vivido o el futuro que vendrá que cuando nos damos cuenta que nuestro presente es lo que importa, ya ha pasado...
 
Hoy la vida me ha enseñado una lección. Nos preocupamos demasiado por cosas que no tienen tanta importancia. Nos estresamos, nos enfadamos y lo acumulamos en el interior. ¿Para qué?, ¿por qué?.
Tenemos que saborear y disfrutar los días, las amistades, cada carcajada, cada lágrima, cada momento, cada abrazo y cada beso, porque dependerá de esto el tener un pasado más bonito que recordar. La preocupación no sirve de nada, solo nos altera el corazón y el alma y finalmente dejamos una pequeña huella negra en nuestro pasado.
 
Ahora veo que la vida es como un carrete de fotos. Podemos ver nuestro pasado en imágenes mentales y depende de nosotros que sea más bonito o menos. Nuestro presente lo creamos nosotros, es lo único que tenemos la posibilidad de elegir y jugar a nuestro antojo. El futuro todavía no está revelado y no lo podremos ver. Mejor.
 
Llevar una vida feliz ahora, significa seguir la misma línea en el futuro y crear un bonito pasado.
¿Estamos viviendo ahora lo que queremos vivir?, ¿estamos como queremos estar?, ¿reímos todo lo que queremos reír?, ¿sentimos cuanto nos gustaría sentir?.
 
Vida solo hay una y quizás luego se termine el carrete. Y como un jarro de agua fría será cuando mires atrás.