jueves, 25 de junio de 2015

Extraña especie contradictoria


A veces me apetece estar acompañada solitariamente,
reír entre sollozos o soñar mientras estoy despierta.
Correr sin moverme del sitio, cantar sin voz...

A veces bebo sin tener sed y otras muchas escribo sin ganas...
Días en los que me gustaría hablar con los ojos o acariciar con el alma.
Besar sin tocarte. Gritar en silencio.

Mi extraña yo... 

Hay días que quiero entrar por la puerta de salida. Sentarme cuando debo estar de pie.
Hablar cuando debo callar. Sonreír cuando debo estar triste o estar triste cuando debo sonreír.
Reír de dolor y llorar de risa...

Ir a la playa en invierno y no pisarla en verano.
Salir a pasear los días de lluvia.
Llamar a la puerta para salir.

Reír en las despedidas. Mezclar dulce con salado.
Decir que no y hacer que sí...
Días en los que me levanto antes de caer y días en los que caigo y no me levanto...

Contártelo sin que me lo pidas pero no hacerlo cuando me lo pides...
Así soy yo...

Tranquila ansiedad que siempre me acompaña. Armadura hecha de sentimientos. Máscara transparente. Sonrisa construida con lágrimas. Áspera ternura. Alegría pintada...



miércoles, 24 de junio de 2015

La Princesa y su castillo sin puerta.




Levantó una coraza para que jamás nadie pudiese herirla. Puso seguridad, un clave, inventada en el momento la cual lanzó al mar por si se le ocurría memorizarla. Así se aseguraría de que jamás vería nadie el interior de su castillo.
El dolor hizo que tabicara ventanas y puertas, aislándose por completo del exterior, dejando solo un agujero diminuto por donde ella no cabía por tener el alma demasiado grande. Grandeza que había alcanzado por sus experiencias y vivencias en su corta vida. 

Poco a poco fue pasando el tiempo, y ella, encerrada en su castillo de piedra, ahora prisión, se fue aislando del mundo, olvidándose de lo que son los sentimientos, el amor, la alegría... Cada vez que se acordaba de esto sabía que era un precio alto que estaba pagando por no volver a sentir dolor, y en sus adentros pensaba que valía la pena.

Llegó un día en el que se alma se hizo tan pequeña que se dio cuenta que podía salir al exterior por aquel diminuto agujero que había dejado sin tabicar.
Decidió salir al exterior.

Empezó a andar entre la gente con sus prendas anticuadas. Veía por las calles amor y también tristeza pero ella era impasible, como una roca.


Día tras día salía por ese pequeño diminuto para ver el mundo a su alrededor, pero pronto se dio cuenta que su mundo estaba vacío, apagado, era insípido. Nada tenia emoción...
El mundo lleno de olores, colores y sensaciones que ella conocía no era ese que estaba viendo con sus ojos.


Triste, más aún si cabe tras esa coraza, se fue para estar sola. Esa tarde no regresó al castillo si no que se sentó en un claro en el bosque y pasó largas horas reflexionando sobre lo que le ocurría. Sin darse cuenta cayó la noche. Levantó la mirada y vio miles de estrellas brillando en la inmensidad del cielo. Le reconfortó sentirse acompañada por las estrellas que desde arriba la miraban y se compadecían de ella.

Mientras miraba las estrellas pensó que sería buena idea contarle su historia a las estrellas. Ellas no le juzgarían, no le podrían hacer daño, ellas no hablan, no opinan, solo escuchan.... Así que empezó a relatar la historia de su vida y mientras ella hablaba y hablaba sin parar, empezó a llover...

Rápidamente, enmudeció, estaba tan equivocada! Las estrellas lloraban con su historia. Ellas no podían hablar, pero podían expresarse. Le hicieron sentirse tan triste por ella misma....

Al ver que no podía confiar ni en las estrellas, las cuales se compadecían de ella, se levantó y empezó a correr sin rumbo, llegando así a la plaza del pueblo.
Totalmente desierta, decidió sentarse en unas escaleras cercanas a la iglesia y pensar en lo que le había ocurrido.

Mientras estaba cabizbaja pensando, entre sus piernas pasó rozando su pequeña cola, un gato. Un gato empapado por las lagrimas de las estrellas. 
Esta, miró al gato y vio que el pequeño gato, estaba hambriento, era un cachorro abandonado. Pudo ver que el gato temblaba de frío y buscaba ayuda humana.
Dejó de llorar y rápidamente se quitó una de sus prendas y la utilizó para secar al cachorro y darle calor. Estaba sintiendo compasión por él. La misma compasión que sintieron las estrellas al oír su historia...

No lo pensó dos veces, cogió al cachorro y se puso en marcha regreso al castillo diciéndole al oído que lo iba a salvar de este mundo que solo nos hace sufrir, pero al llegar al diminuto agujero por el que entraba y salía se percató de que ya no cabía.
Algo había cambiado. Hizo tremendos esfuerzos por volver a entrar, pero eran en vano. Era demasiado grande. Su alma había crecido ese día.
Sin darse cuenta, había empezado a sentir de nuevo. Y en ese preciso instante se dio cuenta de que era necesario sentir para poder vivir, para poder crecer. Sentir alegría, dolor, compasión, ira, rabia...

Por primera vez en mucho tiempo sentía de nuevo. 

Ordenó construir de nuevo todas las puertas y ventanas de su castillo. Se dio cuenta que prefería vivir y arriesgarse a sentir dolor, que no aislarse y dejar que su vida pasara. De hecho el sentir, el expresarse, el actuar con el alma le hacía sentirse viva, aunque a veces le tocara sufrir, pero disfrutaba hasta del dolor, porque es un sentimiento que le hacía conectar con su ser mas profundo.

Jamás volvió a sentirse sola y cada noche iba a ese mismo claro del bosque para hablar con las estrellas, acompañada con su fiel compañero.